PRÓLOGO
EN LÚBRICA GESTA
Ivonne Cervantes Corte
Para Ángela Alfarache Lorenzo y
Constanza Alfarache Cervantes,
amores de la vida.
El goteo de tinta humedece el surco, filtra a lo profundo, erosiona la semilla; la palabra se abre paso desde lo oscuro. Múltiple, engarzada en líneas y raíces, enciende la piel vegetal, de rojos, azules, plateados, amarillos, conforma el paisaje multiorgásmico.
Quien abre este libro y avanza por sus líneas debe saber que se adentra en un Jardín, donde nueve decanas cultivan verbos calientes, fuertes y suaves vocales, apasionadas consonantes e indecorosas preposiciones: a, ante, bajo, con, contra… la pared. Las decanas hacen suya la escritura y echan al aire la alegría de su prosa erótica.
Pero toda exuberancia triunfal conlleva, al menos en su inicio, un cíngulo de maleza.
Hablo de mis temores. Vayamos hacia atrás.
Cuando en plena pandemia (febrero del 2021), María Isabel Ferreira Bátiz, coordinadora del Centro de Información del Agua y Medio Ambiente: CIAMA, me propuso dar un taller de escritura erótica para mujeres, y yo tuve la osadía de sumar: que sea para mujeres mayores de 50 años, ni ella ni yo imaginábamos que pasado un año tendríamos en las manos esta antología.
Y es claro que cuando una inicia un proyecto no sabe a dónde irá a parar, pero nuestra imaginación, más la mía que la de Isa —con el paso de los meses he llegado a sentirla más amiga que coordinadora—, mi imaginación, decía, no habría podido concebir esta antología, pues se topaba con varios temores tan sólo para arrancar el taller. Uno de ellos, proveniente de mi experiencia al trabajar con mujeres y hombres jóvenes (estudiantes universitarios en su mayoría), era mi certeza de que el erotismo femenino todavía es un terreno de difícil acceso, bordeado de silencios, mitos, tabúes y mandatos patriarcales, perfectamente claros, sobre el comportamiento que deben observar las mujeres con relación al placer sexual. En mi experiencia ante audiencias jóvenes (25 años duró mi labor como promotora de mi literatura erótica, en las universidades públicas), el simple hecho de pronunciar palabras como clítoris, vulva, orgasmo, masturbación…, desataba guasas y risitas nerviosas entre los muchachos, y rubor, azoro e incluso molestia entre las chicas —no en todas, para mi fortuna—. También aprendí sobre el tema al caminar por los pasillos de los edificios y escuchar frases escapadas de conversaciones entre grupitos de estudiantes: “Esa perra me la mama”, “te abres como vieja”, “se aprieta bien rico, la pinche vieja”. Espléndidos y a la vez espeluznantes mensajes podían leerse, de igual modo, en paredes y puertas de los baños de mujeres: “Esa puta me bajó a mi novio”. “La zorra del 501 se deja coger por cualquiera”. “Era mi amiga; ahora sé que es una perra.”
Digo espléndidos porque en ellos cualquiera podría entender más de sexualidad machista, que en cualquier diplomado de sexualidad humana o de sexualidad feminista. Espeluznantes porque mostraban el precario avance que existe en la educación sexual y erótica de las y los jóvenes, a pesar de los otros avances que exhibe la humanidad —pienso en el internet, por supuesto—. Pero más espeluznante me pareció todo esto con miras al taller, pues si los y las jóvenes lucían este bagaje, ¿qué me esperaría con las mujeres mayores? La posible respuesta, casi me hizo
claudicar.
A lo anterior sumaba que, aunque nunca había trabajado con este grupo etario, sí había leído teoría feminista y tenía un panorama de lo que este orden social de dominación en el que vivimos, hace con el cuerpo de las mujeres y sus edades. En el patriarcado, ellas, nosotras (yo misma estoy en esa edad, y sé de lo que hablo) podemos ser hijas, esposas, madres, tiernas abuelitas, malditas suegras, brujas histéricas; pero no, mujeres sabias, expertas conocedoras, maestras en el arte del eros, en general, y del propio, en particular. Ese conocimiento está reservado a las otras mujeres, ya sabemos cuáles (y si no, visitemos los baños de las escuelas). Por lo anterior y mucho más, cabía esperar que las convocadas tuvieran el tema cerrado; que muchas vivieran incluso felices de haberse librado del engorroso tema: satisfacer a sus maridos, parejas, amantes; o bien, que no tuvieran pareja y que se cumpliera el mito: sin pareja, no hay erotismo. Resultado: no ha bría mujeres o serían muy pocas quienes quisieran inscribirse al taller.
Estuve a punto de claudicar, repito. Pero gracias a la confianza y ánimo de Isabel, y al apoyo de mis entrañables amigas (Marta Nualart, Silvia Lailson, Laura Sánchez y Carmen Martínez. Gracias), me lancé al vacío y, en julio del 2021, salió la primera convocatoria difundida vía redes sociales, con una postal que decía: Asunto de amor propio: escribe tus fantasías, deseos y experiencias más secretas, libre de pudores./ Taller de escritura erótica para mujeres mayores de 50, y menores también.
Todo proyecto conlleva temores, sí, pero también felices sorpresas: para finales de julio, había inscritas once mujeres (nunca amé tanto el número once), y el 29 del mismo mes, iniciamos la primera emisión del taller El Jardín de la Alegría.
Lo que sucedió después merece un escrito aparte y de mayor extensión: el Taller lleva cinco emisiones, ¡25 jornadas de aventura!… Baste decir entonces que ha sido un proceso profundamente enriquecedor para ellas —quiero creer—, y para mí, ni se diga, me siento en deuda por ello.
Desde luego, al principio hubo resistencias. Las participantes tenían sus miedos sobre el tema, claro, y más agudos se volvieron ante la tarea de escribir; se necesita valor, mucho valor para hablar de una misma, y más en términos eróticos. Así que acordamos un principio básico: nada de lo que aquí se diga, sale de aquí. Imaginen que estamos en un jardín… nuestro jardín, y que nosotras tenemos la llave, así que no dejamos entrar a nadie que no queramos, y quien entre se va cuando nosotras lo decidamos.
Las reglas propias y en positivo son valiosas. Establecer acuerdos alentó la soltura de las compañeras; una dinámica terminó por empujarlas al vacío libertario. Fue un juego de iniciación, digamos; la indicación: escribir lo primero que les pasara por la mente luego de escuchar palabras como sexo, erotismo, clítoris… Yo decía una palabra y ellas escribían, en tres minutos, lo primero que se les ocurriera, sin juzgarse, sin detenerse a pensar… Lengua, tres minutos. Boca, tres minutos. Masturbación, tres minutos. Orgasmo, tres minutos (y no me refiero a un rapidín, conste). La risa que todo lo aligera, el humor tan indispensable, actuaron como bálsamo contra la timidez y ayudaron a bajar resistencias. Se abrieron puertas.
En esto de abrirse, también ayuda la lógica, que todo lo ilumina. Recuerdo una sesión en que les pedí escribir un texto breve sobre autoerotismo; enseguida aparecieron gestos de: Yo no hago eso. Les compartí, entonces, algo que alguna vez expresé también ante un público joven. Masturbarse es el principio para apropiarse del gozo, del cuerpo, de una misma. Es la llave. Es el inicio de una forma de independencia; saber qué, cómo, dónde, a qué ritmo…, es fundamental para mantener en buena condición la autoestima. Más aún: vivir en un cuerpo y no tocarse nunca de los nuncas, resulta tan absurdo como vivir en una casa de lujo, una residencia, digamos, y jamás visitar los jardines. Impensable, ¿verdad? Los gestos de asombro en las caras de las jóvenes, en aquel tiempo, y de las mayoras, ahora, me hicieron saber que, ante los prejuicios, no hay como encender la luz de la razón.
¡Listo! Eliminada la tranca inicial, todo fue un jugar descalzas sobre el césped. Juntas nos deslizamos por un proceso lúdico y lúbrico de aprendizaje horizontal y maravilloso. Pluma en mano, las mayoras (prefiero este apelativo, a los patriarcales: madrecita, seño, jefecita, doñita, ruca, vieja…) me enseñaron que son mujeres valientes que, si bien han vivido en este sistema y conocen perfecto los mandatos patriarcales, ellas son unas hijas desobedientes que saben perfecto que nunca es tarde para reconquistar el disfrute de sus cuerpos y sus espacios vitales. La escritura es uno de ellos: lugar donde crear y recrearse. Las mayoras de esta antología trasladan sus vivencias, deseos, fantasías eróticas al papel. Y juegan. Se rebelan y revelan. Rompen el silencio, sueltan amarras y escriben, por ejemplo, una semblanza que no lo sería en el sentido estricto que dictan los patriarcas de la creación literaria. Sostienen que el erotismo tiene que ver con su historia personal, y emiten una definición propia. Escriben textos auto-eróticos. Escriben cartas a sus madres para conversar, a la distancia, sobre la educación que las domeñó a ambas. Y regresan lo sagrado al lugar que pertenece: el cuerpo.
En la presente antología, las mayoras no tienen ningún respeto patriarcal por sus edades; no son dulces abuelitas, ni las putas de ningún cuento; son mujeres sabias y eróticas con voz propia. Mujeres que siembran en cada pliegue y arruga, y derraman su carne y su sangre en cada centímetro de un jardín que por derecho les pertenece. El miedo les sopla en la nuca, sí, porque desobedecer la ley del poderoso patriarca invisible, de múltiples brazos culturales y dedo acusador —¡viejas ridículas!, ¡míralas, qué calientes!, ¿no les dará vergüenza?¡Pura papaya vieja!—, puede darle pavor a cualquiera. Pero las mayoras se arman de valor y escriben, escriben y escriben, y al hacerlo comienzan a generar esa imagen de respeto que las felicita desde el espejo; esa figura de sapiencia por una vida vivida. Esa figura de autoridad femenina que tanta falta nos hace en esta cultura. Ellas, las sabias, mis maestras, se recuperan a golpe de tinta, se engrandecen, se convierten en… Las nueve decanas al aire.
Por último, las decanas no dejan de asombrarme: cuando en mayo del 22, la directora de la Editorial Ariadna, Catalina Miranda, nos propuso publicar los textos en una antología. —Gracias, Catalina, por tan osada y valiosa proposición; mi admiración, siempre—. Decía, cuando Catalina nos propuso publicar los textos, pensé que las decanas se negarían en rotundo. Pero, ¡sorpresa!, poco a poco, nueve de ellas (número cabalístico), dieron un paso al frente y dijeron: “Sí. Yo publico”, y tuvieron además la generosidad de nombrarme coordinadora… Yo, que nunca he coordinado ni mi propia existencia.
A todas… Gracias.
Ciudad de México
agosto del 2022