PRESENTACIÓN
Geometrías del mismo fractal erótico
Rogelio Flores
Un cuento es un universo en sí mismo, donde sólo vive y sólo importa la historia que leemos, los personajes que la habitan y un momento específico de sus vidas. No su antes ni su después, ni su relación con otros seres y episodios. Como una fotografía o una viñeta, un cuento es una sinécdoque, una parte que es el todo, desprovista de adornos, bisutería o juegos de artificio. Su lectura, debe impactarnos, conmovernos, afectarnos de algún modo, más allá de disparar nuestra imaginación con lo relatado. Del viaje que supone la lectura de un cuento, no regresamos siendo los mismos. De ahí su complejidad, pero también su fascinación.
Un cuento (un buen cuento, hay que aclararlo) es insobornable. No requiere ni admite justificaciones o explicaciones, ni apela a la paciencia o generosidad del lector o para con el lector. Es una apuesta, un todo o nada, un acto temerario y, al mismo tiempo, intimidante. ¿Qué pasa entonces con un conjunto de cuentos?, ¿estas características señaladas, se multiplican exponencialmente?, ¿es, entonces, una antología, un ramillete de universos complejos y fascinantes?, ¿un caleidoscopio en el que se yuxtaponen tales cuentos como vidrios de colores entre los espejos?
Sí, la respuesta es sí.
Un volumen de cuentos no conforma un universo, es la suma de esos universos independientes que coexisten en armonía, pudiendo, o no, estar relacionados, ya sea por sus elementos narrativos o sus temas. Temas que nos afectan en lo sensorial o intelectual con su lectura, como es el caso.
Ámame dos veces, por si no te vuelvo a ver es una antología con un tema transversal: los amantes insólitos. Su autora, Rosa María Fajardo, nos ofrece once historias autónomas, pero unidas por un hilo invisible. Cada una es un mundo con sus propias reglas y leyes, que no demanda lecturas complementarias ni el trazo de hilos conductores con sus historias hermanas para su entendimiento y goce. Sin embargo, es fácil —tan fácil como disfrutable— reconocer la autoría, presente y a la vez fantasmal de Rosa María. Ahí está ella, ahí está su voz y su mirada, como si fuera una mujer invisible recorriendo esos escenarios, a dos pasos de sus protagonistas, tomando nota de todo, asumiéndose como esa voz narradora que eventualmente se desdoblará en sus distintas variantes de alter ego, de manera sutil, pero también fantasmagórica, como si fuera el eco de una sesión espiritista.
Los cuentos de Ámame dos veces, por si no te vuelvo a ver se parecen entre sí, pero, al mismo tiempo, son distintos y únicos. Son geometrías del mismo fractal. Hay en ellos escenarios y situaciones costumbristas, pero que son subvertidas por lo extraordinario, y siempre con un detonante sensual. Sensual y femenino hasta la hipérbole. Misterioso.
Encuentros azarosos que se transforman en idilios predestinados, o que así se asumen, donde lo humano —lo humano femenino, hay que insistir en ello—, no sólo entra en contacto con lo sobrenatural o lo divino, sino que lo contamina. Así es como vemos desfilar a los amantes más insólitos (fantasmas, ángeles, vampiros, licántropos, figuras inanimadas de la tradición católica, gitanos que parecen atemporales, entre otros seres), poseídos por el deseo más terrenal, entregados a la concupiscencia de los vivos, a la materia, a leyes que desconocen o que han olvidado. Lo anterior, hay que señalarlo, es posible gracias a la construcción de sus personajes. Hechos exactamente para habitar estos mundos, con sus dosis de excentricidad y delirio, pero también entrañables en su personalidad.
Con solvencia narrativa, Rosa María Fajardo construye en éste, su primer libro de cuentos, escenarios bucólicos y apacibles, muchos de ellos en los pueblos y ciudades italianas que bien conoce. Ahí acontecerán estos romances, que transitarán del costumbrismo a la fantasía. Pero no a cualquier fantasía, sino a una adulta, oscura y carnal: a un realismo mágico de raíces eróticas y existenciales (casi filosóficas), a una experiencia vital, orgánica y material; elegante en sus formas, pero también honesta por su crudeza y su pulsión de vida.