SOLILOQUIO DE LA YEGUA DORMIDA
Catalina Miranda
Grabados de Eko
Editorial Ariadna
Colección de poesía: Las Pupilas de Ariadna/ 15
México, 2021, 94 páginas
ISBN: 978-607-8269-55-6
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DEDICATORIAS
A Huberto Batis, in memoriam
eterno maestro y amigo.
A Verónica, Laura, Lilia, Raúl,
Pablo y Miguel Miranda Gasca,
hermanos de sangre y alma.
A Tutepec de la tribu triqui
ahora y siempre en espíritu.
A Belli Olid
fuente de inspiración.
A Juan Carlos H. Vera
compañero poeta de la
Facultad de Filosofía y Letras, UNAM.
Presentación del libro en la Feria Internacional del Libro de la Ciudad de México CDMX
PRÓLOGO
POESÍA PROFÉTICA
Una introducción a la sibila poética de Catalina Miranda
ISAAC GASCA MATA
En la historia occidental, específicamente la de tradición mediterránea, desde tiempos remotos existieron mujeres sabias que eran homenajeadas en lugares considerados sagrados por la religión helénica: la isla de Delfos, Samos, Cumas, etc. Estas mujeres recibían el nombre de sibilas y su actividad principal consistía en predecir el futuro en los oráculos consagrados a Apolo. A estos oráculos, auténticos templos,(1) acudían personas de todos los rincones del Peloponeso para pedir audiencia y escuchar directamente de la sabia el veredicto para su futuro. Con procesiones, ofrendas, bailes y música se celebraba que el dios Apolo hablara a través de la boca de una mujer sacra. Pero una expresión divina no es fácil de comprender para los mortales. Por ello, la sibila, o pitonisa, traducía las palabras del dios con un lenguaje difícil, áspero, de hermética interpretación. Al respecto Federico Carlos Sáinz de Robles explica que: “Eran las sibilas seres míticos que poseían a la vez caracteres humanos y sobrenaturales, y cuya facultad esencial era la predicción del provenir por medio de oráculos complicados y oscuros.” (Sáinz de Robles, 1094). Los autores grecolatinos no se cansan de mencionar a las sibilas como profetas de aventuras, motivadoras de guerras, amores o desgracias para sus héroes trágicos. Ellas eran quienes auspiciaban las empresas heroicas o, por el contrario, hacían dudar a los generales o políticos con respecto a los proyectos que encabezaban y que no pocas veces dependían del vaticinio que generara la pitonisa en su oráculo. En su conocida obra Los mitos griegos el erudito británico Robert Graves describe brevemente la historia de los oráculos que antes de pertenecer al culto de Apolo fueron un templo dedicado al poder femenino representado por la Madre Tierra y que con el correr de los años el otrora reducto de veneración femenino pasó a ser representado y guiado por las sibilas:
El oráculo de Delfos perteneció primero a la Madre Tierra, que eligió a Dafnis como su profetisa; y Dafnis, sentada sobre un trípode, inhalaba los vapores de la profecía, como sigue haciendo la sacerdotisa Pitia. Algunos dicen que la Madre Tierra cedió después sus derechos a la titánide Febe, o Temis, y que ésta a su vez los cedió a Apolo, quien se construyó un santuario con ramas de laurel traídas de Tempe. Pero otros dicen que Apolo robó el oráculo a la Madre Tierra después de matar a Pitón, y que sus sacerdotes hiperbóreos Pegaso y Agieo establecieron su culto ahí. (Graves, 199).
Robado o no, la importancia de la mujer como figura central de un rito ceremonial encaminado a la profecía es indudable en las culturas que florecieron a orilla del mar mediterráneo. Su impronta es innegable en las sociedades que habitaron las antiguas ciudades-estado griegas. Si bien es cierto que la civilización helénica en muchos aspectos era misógina, machista y mantenía sometidas a las mujeres,(2) también es cierto que había algunas damas(3) que escapaban del poder masculino y eran respetadas por su inteligencia y ferocidad. Las sibilas y las amazonas son ejemplo de ello. Incluso podríamos citar al personaje ficticio de Aristófanes: Lisistrata, que con suma inteligencia se opone al deseo viril y con ello recupera la paz del Peloponeso. Pentesilea, por su fuerza; Safo, por su talento; Hipatia, por su inteligencia, se enumeran entre las féminas libres en un mundo que las quería esclavas. La pitonisa, por sus habilidades proféticas, era una figura clave para traer un poco de equilibrio en esa sociedad dominada por lo viril. Y ese respeto ganado se sustentaba en el poder mágico-religioso de la adivinación. Al respecto del proceso de predicción de esta figura de autoridad la ensayista Rosa María Santidrián Padilla sostiene que:
A la pitonisa se le conocía también con el nombre de Pitia. En principio eran escogidas entre las más castas y bellas doncellas de la región. Más tarde, esta función se reservó a las mujeres de edad madura. Para pronunciar sus oráculos, la pitonisa, después de un ayuno de tres días, mascaba hojas de laurel y, presa de una excitación producida sin duda por aquella planta, subía a una especie de trípode colocado encima de una abertura de donde salían vapores mefíticos. Entonces su cuerpo se estremecía, se erizaban sus cabellos y, con la boca convulsa y llena de espuma, contestaba a las preguntas que se le hacían, que a su vez debían ser interpretadas por los sacerdotes. (Santidrián Padilla, 87).
Esta mujer sabia, dueña del poder adivinatorio en un mundo dominado por la masculinidad, lo mismo pronosticaba a reyes, príncipes, héroes o gente plebeya que llegaba hasta su templo para recibir algún consejo con el cual afrontar de mejor manera las peripecias del futuro. Tales eventos proféticos son descritos en obras literarias que forman parte del canon occidental de la literatura. Por ejemplo, las sibilas aparecen en diversas ocasiones en los viajes de Heródoto que el de Halicarnaso relató en sus Nueve libros de Historia:
Al despachar a los lidios para la prueba de los oráculos, les encargó que contasen el tiempo desde el día que partiesen de Sardes y que a los cien días preguntasen a los oráculos qué estaba haciendo Creso, hijo de Aliates, rey de Lidia; que anotaran cuanto profetizase cada oráculo y se lo trajesen. Nadie refiere lo que los demás oráculos profetizaron; pero en Delfos, en seguida que los lidios entraron en el templo para consultar al dios e hicieron la pregunta que se les había mandado, respondió la Pitia en verso hexámetro
Sé el número de la arena y la medida del mar, al sordomudo comprendo, y oigo la voz del que calla. Olor me vino a las mientes de acorazada tortuga que con carnes de cordero se cuece en olla de bronce; Bronce tiene por debajo y toda la cubre de bronce. (Heródoto, 19).
Por Sófocles en la tragedia Electra:(4)
Cuando iba a buscar el oráculo pítico, para saber cómo había de castigar a los matadores de mi padre, Febo me respondió lo que vas a oír: “Tú solo, sin armas, sin ejército, secretamente y por medio de emboscadas, debes, por tu propia mano, darles justa muerte”. Así, puesto que hemos oído este oráculo, tú, cuando sea tiempo entra en la morada… (Sófocles, 64).
Y por Apuleyo en El asno de oro, con lenguaje más amable debido a la época tardía de su producción. El autor era romano del siglo II, pero la cultura griega, en mayor medida la religión, sustentó las creencias latinas:
El padre de la infortunada princesa está desesperado y sospecha que es víctima de la maldición divina. Por temor a la ira del cielo, consulta al antiquísimo oráculo del dios de Mileto; con oraciones y sacrificios pide a tan alta divinidad una boda, un marido para la doncella sin pretendientes. Apolo, aunque griego jónico, como atención al autor de una composición de estilo milesio, formuló el siguiente oráculo en latín:
Sobre una roca de la alta montaña, instala, ¡Oh, rey!, un tálamo fúnebre y en él a tu hija ataviada con ricas galas. No esperes un yerno de estirpe mortal, sino un monstruo cruel con la ferocidad de la víbora, un monstruo que tiene alas y vuela por el éter, que siembra desazón en todas partes, que lo destruye todo metódicamente a sangre y fuego, ante quien tiembla el mismo Júpiter, se acobardan atemorizadas las divinidades y retroceden horrorizados los ríos infernales y las tinieblas del Estigia.(5) (Apuleyo, 203).